Siete pecados capitales

Te explicamos qué son los siete pecados capitales para el cristianismo, su historia y características de cada uno. Además, las virtudes celestiales.

siete pecados capitales
Los pecados capitales forman parte del imaginario popular en el Occidente cristiano desde hace siglos.

¿Qué son los siete pecados capitales?

En la teología católica cristiana, se conoce como pecados capitales, pecados cardinales o vicios capitales a las siete faltas o debilidades humanas primordiales, que engendran el resto de los posibles pecados humanos y que, por lo tanto, son contrarias a las enseñanzas cristianas. El nombre de “capital” proviene del latín capitis (“cabeza”), y se refiere a que estos siete pecados son la fuente de muchos otros posibles pecados cometidos por el ser humano.

Los siete pecados capitales son: la ira, la gula, la soberbia, la lujuria, la pereza, la avaricia y la envidia. Cada uno era considerado un pecado grave y asociado con un demonio y con un animal ejemplar: la ira se asociaba a Amon y se representaba con un león, la gula se asociaba a Belcebú y se representaba con un cerdo, la soberbia se asociaba a Lucifer y se representaba con un pavo real, la lujuria se asociaba a Asmodeo y se representaba con una cabra o un conejo, la pereza se asociaba a Belfegor y se representaba con un caracol, la avaricia se asociaba a Mammon y se representaba con un sapo y la envidia se asociaba a Leviatán y se representaba con una serpiente.

Desde los comienzos del catolicismo, los pecados capitales inspiraron al arte y la literatura religiosa y formaron parte de sermones, reflexiones e ilustraciones diversas. Hoy en día forman parte del imaginario popular en el Occidente cristiano, y continúan inspirando relatos y películas como Se7en (1995) de David Fincher o el clásico cinematográfico italiano I sette peccati capitali (1952) en el que intervienen diferentes directores.

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Historia de los siete pecados capitales

Los pecados capitales han formado parte de la teología cristiana desde sus orígenes, ya que muchos aparecen condenados en el Antiguo Testamento y otros tienen claros antecedentes en la religión grecorromana. Sin embargo, la primera vez que fueron recopilados formalmente tuvo lugar en el siglo IV d. C., por el asceta Evagrius de Nitria, quien identificó ocho “malos pensamientos”. Pero sería su discípulo Juan Casiano en el siglo V quien los introdujo y popularizó en Europa, bautizándolos como “los ocho vicios principales” (octo principalibus vitiis).

Posteriormente, en el siglo VI, el papa Gregorio I revisó los trabajos de estos dos anacoretas y reelaboró la lista de pecados capitales, recortándola a los siete conocidos hoy en día. El orden de los pecados en la lista, sin embargo, ha cambiado desde entonces muchas veces, conforme a las reinterpretaciones posteriores que hicieron teólogos como Buenaventura de Fidanza (1218-1274) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274), entre otros.

Por otro lado, estos pecados fundamentales estructuraron, de acuerdo a la visión del poeta Dante Alighieri (1265-1321) en su Divina comedia (escrita entre 1308 y 1321), los siete círculos o niveles en que se compone el infierno. Esta visión renacentista fue la más difundida y conocida en el mundo moderno.

Los siete pecados capitales

1. La soberbia

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La persona soberbia se piensa a sí misma mucho más importante que los demás.

La soberbia es considerada el primero y principal de todos los pecados capitales, ya que la persona soberbia se piensa a sí misma mucho más importante que los demás y que sus vidas y necesidades, de modo que puede ocasionarles daños y mezquindades sin arrepentimiento.

Este pecado se puede entender como una forma de egoísmo y egocentrismo supremo, que coloca al individuo en una posición de superioridad respecto al resto de la gente y lo conduce a vanagloriarse de lo propio. Una persona soberbia no pedirá disculpas a quien lastimó, por considerarlo inferior a sí mismo, ni tomará en consideración las necesidades ajenas, dado que está únicamente centrada en sí misma.

La soberbia, el orgullo y la vanidad son, a efectos prácticos, sinónimos y aparecen en muchas listas de pecados capitales de manera intercambiable. De hecho, en el imaginario cristiano fue la soberbia la que perdió al ángel Lucifer, quien alzándose contra el orden celestial fue expulsado del paraíso y ahora reina en los infiernos.

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2. La ira

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La ira empuja a los individuos a cometer acciones de las que luego habrán de arrepentirse.

La ira es la forma suprema de la rabia y la indignación, que adquiere tintes agresivos e incluso violentos, ya que el individuo iracundo pierde el control de sí mismo. La ira empuja a los individuos a cometer acciones de las que luego habrán de arrepentirse, tales como agresiones, asesinatos o simplemente lastimar a personas que no lo merecen.

De todos los pecados capitales, la ira es el único que no tiene que ver con una forma corrupta de amor a sí mismo y a los intereses personales, aunque Dante Alighieri la definía como un “amor por la justicia pervertido en venganza y resentimiento”. Las personas tomadas por la ira actúan de manera intolerante, agresiva o violenta, lo cual es contrario a la paz y armonía social y contradice el amor al prójimo predicado por el cristianismo.

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3. La lujuria

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La lujuria lleva a poner los deseos carnales por encima del bienestar propio y ajeno.

La lujuria se puede definir como un apetito sexual voraz, desordenado, insaciable e irrefrenable, que empuja a las personas a la promiscuidad, la violación y el adulterio, es decir, a poner sus deseos carnales por encima del bienestar propio y ajeno. Este es uno de los pecados más universalmente condenados por las religiones del mundo.

Las personas lujuriosas, tal y como lo explicaba Dante Alighieri, se entregan a un sentimiento posesivo sobre los demás, que los conduce a amar de manera desordenada y promiscua, colocando así el amor a Dios en un segundo peldaño. En el infierno imaginado por Dante en su Divina Comedia, los lujuriosos purgaban sus culpas siendo arrastrados eternamente de un lado a otro por una tromba infernal, o sea, por un viento huracanado. Así se representaba el hecho de que someten la razón al deseo.

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4. La envidia

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Según los relatos bíblicos, el primer envidioso fue Caín, quien envidiaba a su hermano Abel.

La envidia es, en palabras de Dante Alighieri, “el amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a los otros de los suyos”. Esto quiere decir que los envidiosos desean tan intensamente los bienes ajenos, que incurren en desearle desgracias a los demás o alegrarse cuando estos pierden aquello que se les envidiaba.

De esta forma, se puede entender la envidia como una forma de deseo ilimitado y egocéntrico, que hace a las personas vivir el hecho de que otros tengan algo que ellas desean como si fuera una injusticia o una afrenta personal, dirigida a ellos mismos. Los envidiosos, así, son capaces de destruir la felicidad ajena o de arruinar los bienes de terceros porque “si no son para mí, que no sean de nadie”.

Según los relatos bíblicos, el primer envidioso fue Caín, hijo de Adán y Eva, quien envidiaba a su hermano Abel por ser el favorito de Dios. Esta envidia lo condujo a tenderle a su hermano una emboscada y asesinarlo.

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5. La gula

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La desmesura de la gula es condenada por prácticamente todas las religiones del mundo.

La gula se puede entender como una forma de glotonería desmedida, o sea, un deseo desordenado e insaciable de comer y beber, lo cual empuja a las personas hacia la adicción y el despilfarro. La gula lleva a las personas a consumir mucho más de lo que realmente necesitan, o sea, a consumir por el mero acto de consumir y no para sustentarse. Esta conducta de desmesura es condenada por prácticamente todas las religiones del mundo, al igual que la lujuria y la avaricia.

En la Divina Comedia de Dante, el círculo infernal de la gula sometía a los penitentes a un hambre y una sed atroces, pero cuando intentaban comer los frutos hermosos y carnosos de un árbol, las ramas se retiraban fuera de su alcance; y cuando intentaban tomar el agua de los lagos, esta se les escapaba entre los dedos sin que pudieran probarla.

Por otro lado, las drogadicciones también entran dentro del pecado de la gula.

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6. La avaricia

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Los avariciosos pueden incurrir en acciones reprobables, como la traición, la mentira o el robo.

La avaricia o la codicia consiste en el amor desmedido e irracional por los bienes propios, de modo que se antepone su preservación al bienestar propio y de los demás. Las personas avaras o avariciosas nunca sienten que ya tienen suficiente, y reaccionan con rabia ante la idea de que puedan perder un poco de lo que tienen, o de que deban ceder un poco a los demás.

Santo Tomás de Aquino explicaba este pecado como la preferencia de los bienes mundanos y efímeros por encima de los bienes divinos verdaderos, o sea, sentir más amor por los asuntos terrenales que por Dios. Así, los avariciosos pueden incurrir en otros pecados y acciones reprobables, como la traición, la mentira, el robo o el soborno, ya que sus lealtades están depositadas únicamente en los bienes materiales (el dinero, sobre todo).

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7. La pereza

La pereza o acidia consiste en la falta de disposición para acometer tareas necesarias, debido a un exceso de comodidad o la falta de iniciativa. Pero no debemos confundir la pereza con el ocio, es decir, con el tiempo de recreación que nos damos una vez que nuestras tareas han sido cumplidas. Las personas perezosas son víctimas de un desgano vital que las conduce a ignorar las necesidades propias y ajenas, de modo que dejan que todo lo resuelvan los demás.

Los perezosos violan la máxima divina del “ayúdate que yo te ayudaré”, y no realizan los más mínimos esfuerzos por el trabajo, el sustento o la resolución de los problemas, de modo que acaban siendo una carga para el prójimo o para sí mismos. Además, la “tristeza de ánimo” del perezoso lo aleja de la disciplina religiosa y de los actos rituales que lo congracian con Dios, lo cual es interpretado como un sentimiento de desgano por la salvación eterna.

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Las siete virtudes celestiales

Así como existen siete pecados capitales en la doctrina católica, existen siete virtudes supremas que los contrarrestan y que conforman el deber ser de todo buen cristiano. Estas virtudes máximas son:

  • La humildad. Contrapartida de la soberbia, consiste en recordarse a uno mismo que no somos mejores ni más importantes que nadie.
  • La generosidad. Contrapartida de la avaricia, consiste en el desprendimiento y el altruismo, o sea, en no dudar de brindar lo propio a quien más lo necesite.
  • La castidad. Contrapartida de la lujuria, consiste en la moderación sexual y de los placeres, sin necesariamente convertirse en abstinencia o celibato.
  • La paciencia. Contrapartida de la ira, consiste en tolerar a los demás y sobrellevar los conflictos y dificultades con buen ánimo.
  • La templanza. Contrapartida de la gula, consiste en el dominio de la propia voluntad por encima de los instintos, las tentaciones y los vicios.
  • La caridad. Contrapartida de la envidia, consiste en la empatía y la solidaridad con los demás, sin distinguir entre los que tienen y los que no, entre el amigo y el enemigo.
  • La diligencia. Contrapartida de la pereza, consiste en el compromiso de honrar las responsabilidades y empeñarse en las tareas necesarias, o sea, de hacerlas lo mejor posible y con un ánimo activo.

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Referencias

¿Cómo citar?

"Siete pecados capitales". Autor: Equipo editorial, Etecé. De: Argentina. Para: Concepto.de. Disponible en: https://concepto.de/siete-pecados-capitales/. Última edición: 11 de junio de 2022. Consultado: 23 de abril de 2024

Sobre el autor

Última edición: 11 junio, 2022

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