Te explicamos qué es el cielo, cuál es su color y cómo cambia entre el día y la noche. Además, te contamos qué significa el cielo en la religión.
¿Qué es el cielo?
El cielo es el espacio de la atmósfera que rodea a la Tierra y donde observamos a diario las nubes, el sol, la luna y las estrellas, y donde el día y la noche se producen. Lo imaginamos como una esfera o una cúpula celeste que se extiende a lo alto entre la superficie terrestre y el espacio exterior, aunque en un sentido más técnico es en realidad equivalente a las regiones más densas de la atmósfera, donde los fenómenos meteorológicos se producen.
La palabra “cielo” aparece en español por primera vez en el Cantar de mío Cid en 1140, pero proviene del latín caelum, voz derivada del verbo caedere (“cortar” o “cincelar”), dado que para los antiguos romanos el cielo estaba cortado en distintas regiones concéntricas. En la mitología de la Antigua Roma el dios del cielo era Caelus, una versión del dios Urano (Ouranos) de los griegos, y fue uno de los dioses principales del culto religioso romano, a menudo identificado con el propio Júpiter (Zeus, para los griegos).
Desde tiempos inmemoriales, el cielo ha sido uno de los mayores objetos de fascinación del ser humano. Los astros presentes en él, los fenómenos meteorológicos, incluso su coloración particular le han otorgado en la imaginación humana el rol de la morada de los dioses, o lugar donde la voluntad divina se manifiesta.
La observación del cielo, especialmente el nocturno, fue el fundamento no solo de las grandes preguntas de la filosofía, sino también de la astronomía y el calendario, los primeros sistemas de orientación geográfica y, eventualmente, del vuelo.
Ver además: Fenómenos atmosféricos
¿Cuál es el color del cielo?
El cielo, tal y como se observa, tiende a ser de color azul (celeste) en un día despejado y con sol. En cambio, de noche adquiere una coloración azul oscura y eventualmente negra (cuando ya no hay luz solar), y en los amaneceres y atardeceres su coloración tiende a oscilar entre el naranja y el rojo.
Los colores del cielo se deben a un fenómeno óptico conocido como la dispersión de Rayleigh, en honor al físico inglés John William Strutt (1842-1919), conocido como el Barón de Rayleigh, quien fue el primero en comprenderlo.
Cuando la luz del sol (blanca) penetra la atmósfera terrestre, interactúa con los gases contenidos en esta y sufre ciertas modificaciones. Las longitudes de onda más largas, correspondientes a la luz roja y anaranjada penetran casi sin afectación; mientras que las longitudes más cortas, como el azul, son dispersadas por las moléculas del aire y se reparten por el firmamento, “tiñéndolo” de azul en el proceso.
De allí que al mirar al horizonte, el azul del cielo pierda su intensidad y adquiera un tono pálido, blanquecino. La luz del sol en el horizonte lejano debe atravesar una mayor porción de la atmósfera para llegar a nosotros, por lo que sufre una mayor cantidad de dispersión y “pierde” sus ondas azules. Similarmente, la luz que nos llega directamente del sol carece de su coloración azul, y es por eso que vemos el sol como una bola blanca o amarilla.
Asimismo, en el espacio exterior, al no haber atmósfera ni gases que interrumpan el tránsito de la luz, la negrura abunda sin matices en el espacio y la luz solar es blanca en toda su intensidad.
El día y la noche
Se conoce como “día” al lapso durante el cual el sol se encuentra en el cielo, iluminando y calentándolo todo en la superficie terrestre, y como “noche” al instante contrario, en el que el sol está oculto por la Tierra y el cielo permanece oscuro. De allí que se hable del “cielo diurno” (día) y el “cielo nocturno” (noche).
La división entre día y noche es fundamental para la vida en el planeta y para la forma de entender el tiempo de la humanidad. De hecho, se mide el paso del tiempo en días, que forman semanas, que forman meses, que forman años, y se distinguen las estaciones a partir de la mayor o menor incidencia del sol sobre la superficie terrestre: en verano el sol ilumina y calienta en todo su esplendor, mientras que en invierno ilumina y calienta poco y durante un breve intervalo.
Esta misma división organiza la vida social de las personas (trabajar o estudiar durante el día, descansar de noche) y ha servido de base para el imaginario y la mitología desde los tiempos remotos. Las deidades asociadas al día suelen ser activas, protagónicas, evidentes y masculinas, mientras que las asociadas a la noche tienden a ser turbias, siniestras, misteriosas y femeninas.
El cielo en la religión
El cielo ha jugado un rol importante en el imaginario religioso desde tiempos antiguos. La mayoría de las religiones y cosmologías que existen organizan el universo conocido en tres regiones estables:
- La tierra, donde habitan las personas y ocurre la vida activa.
- El inframundo, lugar de los muertos y de las fuerzas primitivas misteriosas.
- El cielo, hogar de las deidades y del orden supremo.
De hecho, la gran mayoría de las religiones monoteístas rinden culto a un dios solar, es decir, asocian la divinidad con rasgos observables en el sol: la luminosidad, la tibieza, la plenitud, el alimento de la vida, entre otros. Un ejemplo de esto se puede constatar en el cristianismo: Dios se encuentra en el paraíso, referido a menudo como el cielo, rodeado de ángeles (seres alados) y de quienes han vivido una vida justa y piadosa.
En su Divina Comedia (del siglo XIV), el poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321) cuenta su recorrido por el infierno, purgatorio y paraíso, y este último está identificado con la cúpula celeste, en un ascenso cada vez más pronunciado y luminoso hacia Dios.
Sigue con: Fases de la Luna
Referencias
- “Cielo” en Wikipedia.
- “Cielo (religión)” en Wikipedia.
- “Cielo” en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española.
- “Etimología de cielo” en el Diccionario Etimológico Castellano En Línea.
- “¿Por qué el cielo es azul?” por Sergio A. Cellone en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina).
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