Te explicamos qué es el miedo para la biología y para la psicología. Además, qué pasa en nuestro cuerpo y cerebro cuando sentimos miedo.
¿Qué es el miedo?
El miedo es una de las emociones primarias del ser humano y los animales (es decir, una de sus reacciones fundamentales y primitivas), y se produce por la presencia (real o imaginaria) de un peligro, un riesgo o una situación amenazante. Se trata de una emoción desagradable, muy vinculada con la ansiedad, y cuyo grado máximo lo representa el terror.
La palabra “miedo” proviene del latín metus, con el mismo significado, y es más o menos equivalente a pavor, espanto, susto o temor. Desde tiempos antiguos, el miedo ha estado presente en las consideraciones culturales de tipo ético y moral, o en los códigos de conducta y los valores fomentados tradicionalmente.
Así, por ejemplo, en ciertas comunidades esquimales el miedo es percibido como una emoción positiva, señal de cautela y de acatamiento a la ley del grupo; mientras que en muchas otras culturas se lo tiene como una emoción vergonzosa, señal de debilidad o de minusvalía.
El miedo, además, ha ocupado un lugar destacado en el arte y la mitología. Los antiguos griegos, por ejemplo, lo asociaban al dios Fobos, hijo de Ares (dios de la guerra) y Afrodita (diosa de la pasión), y hermano gemelo de Deimos (dios del terror).
Los romanos bautizaron a este mismo dios Timor y, al igual que sus antecesores, lo vincularon con el miedo previo al combate en las guerras, o al que inspiraban las más feroces criaturas. Mientras que otros pueblos, como los vikingos y las tribus nórdicas de Europa, ahuyentaban el miedo inherente a sus existencias belicosas con relatos religiosos de un más allá exclusivo para quienes cayeran en combate.
Por otro lado, el miedo se encuentra presente en los relatos que nos acompañan durante la vida. Lo inspiran los monstruos y criaturas de los relatos de infancia, con los que se buscaba originalmente enseñar o advertir a los niños respecto de los riesgos de la vida, o incorporarles un código moral desde la edad más temprana: el lobo feroz, las brujas o los monstruos debajo de la cama son apenas algunas encarnaciones tempranas del miedo.
También indagan en ello los relatos literarios de terror, como los cultivados abundantemente a finales del siglo XIX por autores románticos como Edgar Allan Poe (1809-1849), Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) o Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870).
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El miedo en biología
El miedo ha sido estudiado, a lo largo de la historia de la humanidad, desde numerosas perspectivas y por distintas disciplinas, cada una a su manera. Por ejemplo, la biología lo considera un esquema adaptativo que permite a los animales prever y responder ante estímulos amenazantes, lo cual se traduce en mayores márgenes de supervivencia.
El individuo con miedo reacciona por adelantado al peligro venidero, y dispone su cuerpo para reacciones rápidas e instintivas de lucha o de huída. Muchos animales, al sentirse amenazados, reaccionan mediante la agresión preventiva, la huida desesperada o la liberación de fluidos corporales defensivos.
El miedo según la psicología
El enfoque de la psicología distingue entre dos aproximaciones al miedo:
- Según el enfoque conductista, el miedo es una emoción adquirida, es decir, aprendida a través de la experiencia directa o indirecta, de modo que se trata de una reacción defensiva para impedir que un evento desagradable o peligroso vuelva a producirse o se produzca por primera vez luego de que lo hayan advertido.
- Según el enfoque de la psicología profunda, un miedo es el reflejo de un conflicto básico e inconsciente que, al no estar resuelto en la psique profunda, se manifiesta de manera primitiva y corporal, muchas veces sin que la persona pueda comprender por qué lo siente.
El miedo también se interpreta evolutivamente como un complemento de la función del dolor, es decir, como una alerta mental y emocional respecto de la reaparición de estímulos dolorosos, tanto para el cuerpo o como para la mente. Así, por ejemplo, el miedo a lo desconocido o el miedo al rechazo se vinculan con un trauma anterior y reaccionan con angustia y temor ante la oportunidad de volver a experimentar algo parecido.
¿Para qué sirve el miedo?
Fundamentalmente, el miedo es un sentimiento de alerta, equiparable al dolor. Sentimos dolor cuando un estímulo resulta dañino para nuestro bienestar, por ejemplo, cuando sin querer nos cortamos con el filo de un objeto. El daño físico recibido se informa al cerebro en forma de dolor, y este intenta ponerse a salvo del estímulo dañino.
Lo mismo ocurre con el miedo: una situación amenazadora o de riesgo dispara el miedo para preparar el organismo y hacer frente de manera eficaz a un contexto en el que debemos luchar o escapar. Se trata, pues, de una emoción fundamental para la autopreservación y el procesamiento de las experiencias traumáticas, al punto tal que el recuerdo de una situación dolorosa es suficiente, en ocasiones, para disparar de manera inconsciente el miedo.
Pero esta “función” del miedo no es enteramente consciente, y podemos reaccionar con distintos niveles de miedo o ansiedad ante situaciones que no suponen un peligro real o inmediato, pero que son interpretadas inconscientemente como si lo fueran. Así, por ejemplo, una persona que sufre de miedo escénico experimentará grandes cuotas de angustia y pavor cuando deba dirigirse a un auditorio repleto ; una situación que para otras personas podría ser fuente, más bien, de felicidad y entusiasmo.
¿Qué ocurre en el cerebro cuando sentimos miedo?
Tanto en el ser humano como en los animales, la parte del cerebro encargada de sentir y procesar el miedo es el llamado “cerebro reptiliano”, es decir, el más primitivo, encargado de las funciones básicas para la supervivencia, como comer y respirar, en conjunto con el sistema límbico cerebral, esto es, el encargado de regular las emociones, evitar el dolor y controlar las reacciones de lucha o escape.
Estas estructuras cerebrales monitorean de manera continua (incluso durante el sueño) lo que registran los sentidos corporales y evalúan la respuesta acorde en una estructura llamada amígdala cerebral o cuerpo amigdalino, encargado de disparar las emociones básicas, como el afecto o, justamente, el miedo. La activación de la amígdala produce reacciones inmediatas de agresión, parálisis o escape, y segrega para ello una hormona antidiurética (vasopresina).
Esta reacción cerebral desencadena en el organismo ciertos cambios fisiológicos:
- Se incrementa del ritmo metabólico y la cantidad de glucosa en sangre (para disponer de mayor energía).
- Aumenta la presión arterial y del ritmo cardíaco (para reacciones físicas más intensas).
- Se dispara la adrenalina.
- Se interrumpen las funciones corporales no esenciales.
- Aumenta la coagulación sanguínea (en caso de ocurrir una herida).
- Aumenta también la actividad cerebral, aunque de un modo muy específico, totalmente focalizada en aquello que produce el miedo. De hecho, los lóbulos frontales del cerebro (que permiten cambiar la atención consciente de un objeto a otro de manera continua) se desactivan temporalmente y la mente entera se dedica a evaluar el riesgo o la amenaza.
Esto último explica que las personas que sufren un ataque de pánico o de ansiedad tengan tanta dificultad para distraerse o cambiar de pensamientos, lo que paradójicamente desactivaría el círculo vicioso de la angustia y el temor.
Expresión corporal del miedo
El miedo se exterioriza en el cuerpo humano de modos muy característicos y distintivos:
- Se agrandan los ojos y se dilatan las pupilas, para aumentar la visión y la percepción de la amenaza.
- Se modifican las facciones del rostro: se estiran horizontalmente los labios, se entreabre la boca, se alzan las cejas y se arruga la frente.
- El cuerpo se tensa (para reacciones físicas) o se encoge (para pasar desapercibido), y es común que los brazos se crucen sobre el cuerpo, a modo de protección inconsciente del tronco (y de los órganos vitales).
- Pueden producirse reacciones físicas incontrolables como temblores, sudoración, vasoconstricción, aumento del olor corporal e incluso pérdida de control de los esfínteres (ante estímulos muy intensos o muy repentinos).
- Se puede producir parálisis: el cuerpo permanece tenso e inmóvil, y la atención permanece fija en la amenaza.
- Los movimientos corporales son cortos, bruscos y erráticos.
Estrategias para enfrentar el miedo
No todos los miedos son iguales y, por lo tanto, no todos se enfrentan de la misma manera. Existen miedos razonables, naturales, que cualquier persona sentiría en una situación de peligro vital, de riesgo de muerte o daños severos, y en esos casos el cuerpo reacciona del modo que mejor puede para protegerse a sí mismo.
Esas reacciones, sin embargo, pueden entrenarse, como hacen los rescatistas y los militares, para tratar de apegarse a un protocolo específico de acción durante los momentos de emociones intensas. Sin embargo, lo que ocurrirá con nosotros cuando enfrentemos una situación de este tipo, muy en el fondo, no puede saberse de antemano.
En cambio, el problema se manifiesta cuando los síntomas del miedo aparecen en situaciones que no representan realmente un peligro vital, y nos entorpece así el feliz desenvolvimiento en situaciones cotidianas o amenas. En este caso, se trata de un miedo patológico, es decir, un miedo que no es normal y que amerita ser combatido, mediante estrategias como las siguientes:
- Ir a psicoterapia. El mejor aliado del que se dispone a la hora de enfrentar situaciones de miedo irracional es el consultorio de un especialista. Este último podrá acompañarnos en el proceso de enfrentar y superar nuestro miedo, y podrá incluso ayudarnos a entender si se trata realmente de un miedo irracional o si debemos analizarlo de alguna otra manera.
- Conocerse a uno mismo. No tiene sentido hacer frente al miedo si no sabemos a qué le tememos, cómo solemos reaccionar o qué tipo de soluciones están más a nuestro alcance. Un autoconocimiento es vital para dar con el camino idóneo hacia la superación de los miedos fóbicos.
- Enfrentar el miedo. Se dice que la mejor manera de superar un miedo irracional es enfrentarlo, pero eso debe hacerse de manera gradual, controlada y, en el mejor de los casos, en acompañamiento de un especialista. De otro modo, reiterar el trauma y exponerse de manera brutal a una situación que nos genera miedo podría agrandar los síntomas y ahondar todavía más nuestro temor. En cambio, una exposición gradual y paulatina puede poco a poco llevarnos a minimizar y finalmente superar el miedo y la angustia.
- Practicar meditación o mindfulness. Ciertas técnicas de respiración y atención plena del yoga, mindfulness o meditación guiada pueden ser útiles a la hora de enfrentar una situación que nos genera miedo, ya que nos enseñan a través de respiraciones controladas a inducir un estado de relativa normalidad en el cuerpo y, a partir del cuerpo, también en la mente.
- Reconectar con la fe. En el caso de que seamos personas religiosas, es posible utilizar la fe como un instrumento para combatir los miedos, en la medida en que podamos depositar nuestra necesidad de amparo en una deidad omnipresente y omnipotente.
- Evitar el alcohol y los psicotrópicos. Las sustancias que restringen nuestro control sobre la mente y el organismo, como el alcohol, las drogas o ciertos fármacos, deben evitarse en casos de miedos irracionales, ya que es imposible predecir cómo influirán en la aparición de estos últimos, o en el manejo que hagamos de ellos.
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Referencias
- “Miedo” en Wikipedia.
- “Miedo” en ABC Bienestar.
- “Etimología de Miedo” en el Diccionario Etimológico Castellano En Línea.
- “How to overcome fear and anxiety” en The Mental Health Foundation (Reino Unido).
- “5 Things You Never Knew About Fear” en Northwestern Medicine (EEUU).
- “Fear (emotion)” en The Encyclopaedia Britannica.
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